Es posible que quien lea esto dedique al menos cuatro horas de su día a revisar sus mensajes en WhatsApp. Si es fanático extremo de Instagram, posiblemente puede tocar el techo de 10 horas diarias si es de aquellos que anteponen el goce digital a las obligaciones. Y si revisa las redes sociales descargadas en su teléfono, quizás no se mueva más allá de las aplicaciones más usadas, como Facebook, YouTube o TikTok. Esa sensación de hiperconexión modernizada no permite voltear a otro lado o, al menos, ver con el rabillo del ojo otras plataformas donde se construye comunidad. A pesar de sus multimillonarios ingresos, Elon Musk y Mark Zuckerberg no están solos en esto.
No se trata de redes recién salidas de las manos de un intrépido desarrollador. En muchos casos, su creación supone un gran esfuerzo en términos colaborativos. Pero en un mundo donde el capitalismo de plataforma privilegia a un selecto grupo, la existencia de estos entornos es una apuesta por un mundo digital distinto, con otras lógicas de interacción y de construcción colectiva. Un ejemplo es Mastodon, desarrollado en 2016 con código abierto y sin ánimo de lucro, donde los usuarios pueden crear instancias o comunidades para relaciones. Aunque tiene un aspecto similar a X, se diferencia de aquella porque los mensajes pueden difundirse por dos vías: a los usuarios de una instancia específica o a toda la comunidad de la plataforma, integrada por 15 millones de cuentas aproximadamente.
En una onda similar, está disponible BlueSky. Su principal promesa es ofrecer una experiencia personalizada. Los algoritmos, en lugar de jerarquizar o privilegiar ciertos contenidos sin consentimiento, podrán ser usados y ajustados a las necesidades de sus 24 millones de usuarios. Las publicaciones se verán en estricto orden cronológico, una diferencia con respecto a X. De hecho, hay quienes encuentran en este social media similitudes con el antiguo Twitter.
Si alguien quiere más opciones, puede explotar MeWe. Con un aspecto similar a Facebook, esta red promete mayor privacidad y una experiencia de usuario mucho más sencilla que otras aplicaciones. No comparte anuncios publicitarios, permite controlar el acceso a las publicaciones y facilita la difusión de mensajes de voz, fotos y videos. Los posts también aparecen cronológicamente, sin la intervención de algoritmos que privilegien contenidos particulares. Con respecto a la mensajería instantánea, los conocedores recomiendan opciones como Threema, Viber o Wire, con funciones muy similares a WhatsApp o Telegram. Incluso, hay servicios por país, como la plataforma cubana toDus.
Sí, sabemos que no suenan familiares, pero son una apuesta por un ecosistema diferente. Estas aplicaciones, además, ejemplifican cómo los hábitos de uso y la dominación de un pequeño sector pueden cerrarnos las posibilidades de explorar y disfrutar una experiencia distinta, menos invasiva y más ajustada a nuestras realidad. Sí, para tener un poco más de libertad (si cabe la expresión), hay que sumergirse en otras redes.
Rosa E. Pellegrino
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